Como polvo en el viento de Leonardo Padura


La tertulia de este libro será

el 15 de junio a las 19.30 h. en la Biblioteca Pilar Barnés



Libro y Audiolibro disponible en eBiblio Murcia

Transitar por esta novela coral o, lo que es lo mismo, por la vida y milagros de sus ocho protagonistas –tres de ellos con mayor relevancia, si cabe– durante aproximadamente un cuarto de siglo, es un ejercicio arriesgado, un carrusel de sensaciones que nos conducirá del éxtasis a la fatiga para elevarnos de nuevo a las alturas y dejarnos caer una vez tras otra hasta la última de sus casi 700 páginas.


El título procede de Dust in the Wind, un viejo tema del grupo Kansas, mil veces versionado, cuya melodía es probable que hayan tarareado alguna vez ya que es de esas que se graban en la memoria afectiva y resuenan en nosotros cada vez que volvemos a escucharla. Quienes, en este caso, serán arrastrados por el viento de la vida serán los integrantes de un grupo de amigos nacidos y residentes en La Habana (Cuba); grupo indestructible –o eso pensaban ellos–, al que se refieren como el Clan y que al comienzo de la trama, recién iniciado 1990, se reúne para celebrar el trigésimo cumpleaños de uno de ellos, Clara, cuya emblemática mansión, y ella misma, constituirán el núcleo en torno al cual se concentra un conjunto de alianzas, desencuentros, pasiones y enemistades que, junto a los avatares sociopolíticos que se sucederán a lo largo de la década irán determinando sus trayectorias.

Los rasgos individuales que definen a estos personajes quedan apenas esbozados, pero sus vínculos indisolubles o esos lazos aleatorios que se desatan fácilmente servirán para que el lector los identifique y determinarán gran parte de los acontecimientos que iremos presenciando. Sin olvidar el vínculo que mantienen con su propio país, que a unos les mantiene en él suceda lo que suceda y a otros les atrae como un imán del que no pueden (ni quieren) deshacerse por mucho arraigo y éxito que hayan logrado en el lugar que les acogió. Hablábamos de amistad, pero el exilio es otro de los grandes temas cuya presencia es constante en cada una de las páginas. El exilio y sus efectos en personalidad, estado de ánimo, opiniones, posición social y afectiva y, desde luego, en los afectos que se dejaron allá. Es por eso que amistad y exilio se encuentran tan ligados en la novela que apenas pueden separarse.

Pero volvamos a esa celebración que sirve para presentarnos, no solo a Clara, también a Irving, Horacio, Walter, Bernardo, Elisa… y que tiene lugar tras habernos puesto al corriente del encuentro e inicio de la relación de dos jóvenes de ascendencia cubana y residentes en Estados Unidos, Adela y Marcos, cuyo parentesco con el Clan mencionado entenderemos fácilmente en esas vueltas adelante y atrás narrativas que se mantendrán a lo largo de toda la historia. En esa celebración, decía, se mostrarán los perfiles de todos ellos, pero sobre todo será el momento idílico previo a la tragedia, una o varias, que se producirán poco después. A partir de ese momento, veremos salir de Cuba a algunos de ellos, a lo largo del tiempo, por motivos diversos y con excusas diferentes; se consolidarán afinidades, se derribarán afectos que parecían indestructibles y la constelación amistosa se irá modificando sin cesar hasta un desenlace no tan imprevisible gracias a una serie de pistas que jalonan el relato y que no nos pasarán desapercibidas a poco que estemos atentos.

Recordemos que Padura ha frecuentado la novela negra, de ahí que la trama contenga misterios de varios tipos, entre ellos un suicidio (¿o fue asesinato?) cuyas circunstancias o parte de ellas no conoceremos hasta el final tal como mandan los cánones. A esto hay que añadir una desaparición, identidades confusas, filiaciones no aclaradas del todo y el viento del destino que, en forma de circunstancias externas y de fuerzas temperamentales, arrastra a los personajes en todas direcciones, tanto físicas como emocionales, incluso existenciales y éticas.

El paisaje habanero, sus gentes y la fuerza de atracción que todo ello ejerce sobre los que quedaron a un lado y otro de la frontera cubana será una presencia constante. Simboliza, como imaginarán, la llamada de la tierra, pero hay otro paisaje que, aunque secundario, producirá también un impacto emocional en el lector, un paraje agreste situado en Tacoma, al noroeste de Estados Unidos, cuyo efecto espiritual en el personaje de Loreta servirá para dar un giro definitivo a los acontecimientos. Y es que aquí vamos a encontrar de todo: creencias religiosas, posiciones políticas, corrupción a gran y pequeña escala, deserciones y lealtades a prueba de bomba, ambiciones personales y resignación de por vida, amores y odios, idealismo y pragmatismo, rencor, admiración y deseo. Sin olvidar algún episodio no demasiado verosímil y esos tiempos muertos y escenas irrelevantes, puede que demasiadas, de las que les hablaba al principio y cuya ausencia, en mi opinión, reducirían la novela a la mitad mejorándola notablemente.




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