Mi planta de naranja lima de José Mauro de Vasconcelos

La tertulia de este libro en la Biblioteca Pilar Barnés




A la mayoría nos pasa que cuando recordamos nuestra infancia nos aborda una extraña nostalgia. Si pudiese volver a ser niño…, nos decimos más de una vez. Y es que cuando se es pequeño el mundo se ve desde una perspectiva diferente, más simple y cómoda. No conocemos las responsabilidades y las obligaciones de la vida adulta, ni tampoco el porqué de muchas cosas. Cubiertos por el manto de la inocencia y lejos de la madurez, somos capaces de adaptar las situaciones a nuestros intereses, de imaginar y creer mundos inexistentes, de actuar sin miedo a nada y hasta de justificar aquello que no entendemos con explicaciones absurdas. Es durante la infancia, pues, cuando tenemos tres de las mejores herramientas para ser felices: la inocencia, la ignorancia y la imaginación.

Es gracias a ellas que el protagonista de Mi planta de naranja lima es capaz de sobrellevar su realidad. Él, Zezé, un niño brasileño de apenas 5 años, es además el narrador de la historia y el puro reflejo del autor de la novela, José Mauro de Vasconcelos, que con ella quiso reflejar parte de esa infancia que tanto le marcó: porque, aunque al parecer la escribió en menos de dos semanas, afirma que llevaba años bullendo en mi interior.

Vasconcelos necesitaba escribir esta novela casi autobiográfica y, al terminar de leerla, uno acaba entendiendo por qué.

Con un lenguaje limpio y delicado, ya desde el principio se nos presenta la que será la principal resistencia a la normal evolución de la infancia de Zezé: la pobreza y su entorno social, especialmente su familia. Vemos así la figura de un padre sin trabajo ofuscado por la impotencia, la de una madre que trabaja de sol a sol a cambio de miseria y la de un buen puñado de hermanos mayores (excepto el rey Luis, el más pequeño) que deben cuidarse entre sí y además ocuparse de las tareas del hogar. Aunque es evidente que se quieren con locura, la miseria hace mella en ellos. Y es que la pobreza que se ven obligados a vivir es de esa que te manda a la cama sin cenar, te obliga a encoger los dedos para calzarte los zapatos o te apremia a utilizar la imaginación como único juguete.

A pesar de todo, Zezé es en apariencia un niño como podría ser cualquier otro de su edad: travieso, inteligente, sensible y, claro, muy inocente. Afortunadamente todas las penurias e infortunios nos las cuenta desde su punto de vista, y es justo ese tono infantil el que hace que la historia, triste y emotiva, sea también simpática, tierna y hasta divertida. Y es que aunque nosotros como adultos sabemos cuál es el verdadero trasfondo de todo, nos dejamos llevar por las fantasiosas divagaciones de Zezé, por sus (cada vez más) incoherentes explicaciones para lo inexplicable y, por supuesto, por sus increíbles conversaciones con Minguinho, su arbolito de naranja lima, al que cree con vida y considera como su mejor confidente y amigo, capaz de llevarlo lejos del malestar que le rodea.

Aunque bueno, eso es hasta que se cruza en su vida el Portuga, el hombre con el mejor coche del mundo. Su relación, al principio un tanto desastrosa, se torna pronto muy especial y prácticamente imprescindible para los dos. De la casualidad nace una amistad a prueba de fuego entre el hombre rico y el niño pobre que nos hace vislumbrar un pequeño pero claro rayo de luz entre el oscuro porvenir que se preveía en Zezé.

Pero es entonces, cuando todas nuestras esperanzas están en alza, que ocurre lo más imprevisible de la novela, rompiéndonos cualquier esquema que pudiésemos habernos hecho. Zezé cae en lo más hondo del pozo y con él toda su niñez y toda su inocencia. Después de eso, ya no existirá más aquél chiquillo travieso que conocíamos, aquél que cantaba por dentro porque no podía hacerlo por fuera o el que montaba en su planta de naranja lima imaginando que era el corcel más bello. Con tan sólo 5 años, Zezé se convertirá de pronto en adulto, incapaz de ver más allá de la realidad y con los pies muy arraigados a la tierra.

Mi planta de naranja lima es, pues, el recuerdo de un Zezé / Vasconcelos mayor contándonos la dura, rápida y conmovedora transición que tuvo que pasar cuando no era más que un crío; la manera en que la tragedia fue capaz de arrebatarle su inocencia y dejarlo en un estado de madurez que debería haberle llegado mucho más tarde.

Yo por mi parte, a pesar de que cuenta con bastantes situaciones claramente forzadas y a veces poco convincentes para provocar pena en el lector, no puedo más que recomendarles sin dudar la lectura de esta pequeña novela. Eso sin olvidar que, desde el mismo año de su publicación en 1968, Mi planta de naranja lima fue cálidamente acogida por la crítica y el público y considerada muy pronto como una de las mejores obras de la literatura brasileña contemporánea, además de haber sido escogida como lectura obligatoria para muchos estudiantes de secundaria.

Judit Rodríguez ( judit@librosyliteratura.es )

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