Los peces no cierran los ojos de Erri De Lucca



La tertulia de este libro será el 3 de junio a las 19.30 h. en la Biblioteca Pilar Barnés




Es imposible no simpatizar con Erri De Luca (Napolés, 1950). Hijo de la postguerra exasperada por la violencia y la picaresca, trabajó como albañil y camionero, soportando las acometidas de un martillo neumático, que le hacía regresar a casa aturdido. Aficionado a la escalada libre, esculpió su cuerpo con el propósito de aguantar las formas más intolerables de adversidad. Durante los años de plomo, comprendió la trascendencia del pronombre “nosotros”, identificándose con la insurgencia revolucionaria. Autodidacta en varias lenguas, Los peces no cierran los ojos es una emotiva novela lírica que recrea la transición de la infancia a la primera madurez, cuando el sexo, el dolor y el desengaño disipan las ilusiones de la niñez. Erri rescata un remoto verano en Napolés, reviviendo las experiencias que desembocarán en su yo adulto. Su padre sólo es una figura lejana que busca la prosperidad en Estados Unidos, huyendo de la pobreza de una Italia destruida por los bombardeos aliados y la dictadura fascista. Su madre es una mujer que ama su tierra y no puede olvidar los horrores de la guerra. Erri es un niño serio, introvertido, meditabundo, enamorado de la poesía y de los placeres sencillos, como pescar, pasear y contemplar a una chica entre la espuma del mar. Sus ojos han descubierto un sentimiento incipiente que se asemeja al amor, pero el cuerpo aún no experimenta la urgencia de fundirse en otra carne y ser dos, sin renunciar a su singularidad.

Erri no recuerda el nombre de la chica que le besó, pidiéndole que bajara los párpados y no imitara a los peces, con los ojos siempre abiertos. Atribuir un nombre a un recuerdo es una forma de falsificar el pasado. Eso no significa que el escritor mantenga un compromiso inalterable con la verosimilitud. Si un poeta afirma que escala el cielo, no miente. La poesía es la genuina fuente de la verdad. El poeta no tiene otro oficio que vagabundear y, en el caso de Erri, escribir sólo es una forma de ser invisible, algo que anhela en sus momentos de inseguridad. Si el alpinismo es “un acto de fe física”, la poesía es un acto de fe en el poder de las palabras para apropiarse del mundo y abrirse a todos los significados. El poeta es un visionario. Tal vez eso explique el fracaso de Erri con las matemáticas, la asignatura pendiente que le acompañará durante todo el verano. Las matemáticas no se basan en metáforas, sino en certezas. En cambio, la poesía se alimenta de divagaciones.

El amor no comparecerá sin su carga de aflicción. Erri recibirá una terrible paliza por culpa de los celos de otros muchachos. Con una brecha en la frente y los ojos transfigurados en carne violeta y tumefacta, renunciará a denunciar a los agresores. La delación y la venganza le parecen inaceptables. Al igual que Don Quijote, considera que el destino del hombre honesto es ser apaleado, humillado, rechazado, menospre- ciado. Nada de eso le resta dignidad, pues la grandeza de un hombre se mide por su capacidad de no responder al odio con odio, sino con fraternidad y afán de superación. Los peces no cierran los ojos es el fulgor de la poesía en su vertiente ética, doblemente comprometida con la verdad y la belleza. Erri De Luca nos recuerda que la poesía es decir adiós sin temor a nuestra inevitable -y tal vez necesaria- finitud.

Fuente: elcultural

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