Anoxia de Miguel Ángel Hernández

La tertulia de este libro será el 14 de mayo a las 20 h.

en la Biblioteca Pilar Barnés



Disponible en eBiblio Murcia


Cuatro novelas ―cataloguemos como tal también a la última, El dolor de los demás­ (2018) ― en diez años significan que Miguel Ángel Hernández (Murcia, 1977) ha optado por construir una trayectoria literaria en la que trata de evitar tanto las interrupciones como la precipitación. La publicación de esta obra de ficción se ha alternado en este tiempo con la de ensayos, catálogos, artículos, diarios y textos académicos. Difícil es preferir una de sus novelas sobre las demás. Conforman un corpus muy coherente: Intento de escapada (2013), El instante de peligro (2015) y esta Anoxia comparten una recurrente indagación sobre la creación artística: sus usos como sanación y lenitivo, sus límites como expresión del mal, su capacidad de intervenir en las vidas de las personas y corregir injusticias y, consecuentemente, sus ineludibles repercusiones morales. Tras todo ello resuena, de una forma u otra, como leitmotiv, la voz de Walter Benjamin.


En Anoxia es la fotografía ―y, más específicamente, el género de la fotografía post-mortem― el motivo desde el que se establece la reflexión. Quizá haya en esta última novela un esfuerzo mayor por hacer descender la teoría estética a la narración de hechos y personajes cotidianos. La protagonista, una viuda de mediana edad, habita entre sentimientos de culpa, duelo y soledad que han detenido su desarrollo existencial y que, como los peces que llegan muertos a las costas del Mar Menor, desproveen a su existencia del oxígeno que necesita para vivir. De este marasmo vital la rescata, paradójicamente, un viejo solitario que decide legarle su oficio y, con él, una fuente de comprensión del mundo. El optimismo con el que termina la novela ―aceptación, estoicismo, humanismo―, con la mutua redención de los dos protagonistas, lleva quizá aparejada una solución demasiado fácil para cuestiones tan complejas.


En la novela se encuentran algunos elementos muy notables. Para empezar, toda la acción se sitúa en el contexto apocalíptico del desastre natural que sufrió el Mar Menor hace unos pocos años, entre temporales y las toneladas de peces muertos arrojados por el mar a las playas. Más allá de querer hacer memoria de aquellos terribles meses, Hernández halla un escenario que se ensambla perfectamente con la subjetividad de los personajes y con su salida por la puerta de la serenidad y que sirve de metáfora exacta de la vida de la protagonista. También se aborda con destacado acierto la crítica al mercado del arte y a la rapiña de los gestores culturales, que sirven de antagonistas al acercamiento que la novela propone al hecho artístico. Hernández no solo evidencia su familiaridad en este campo, sino que muestra grandes dosis de habilidad narrativa al introducirlos en la historia sin artificios. Lo mismo cabe decir de la información que se ofrece sobre la historia de la fotografía, la técnica del daguerrotipo, las costumbres de la fotografía mortuoria… que informan e instruyen, pero no llegan a rebasar el nivel de la erudición inútil.

Anoxia es una novela sobre las imágenes ―fotográficas― y también una reflexión sobre la muerte y el duelo. La caducidad de toda realidad humana es abordada sin ápice de ampulosidad trágica, pedantería filosófica ni lamentación existencialista. El recuerdo del carácter perecedero de personas, afectos, paisajes, prácticas culturales… lleva a la novela a un lírico estoicismo ante la inevitabilidad de la pérdida, expresión de nostalgia nada complaciente ni sentimental. De esta forma, el relato se convierte en una exploración en la imagen artística como lugar de significación que crea un registro inmune a la devastación operada por el tiempo. Es un vestigio, una fuente de durabilidad frente a la pérdida que sufren todos los personajes que desfilan por sus páginas. En Anoxia se celebra el consuelo que las fotografías de los difuntos brindan a los deudos al tiempo que se execra el uso público del dolor, el exhibicionismo que ataca a lo íntimo y el afán de poseer y usar espuriamente ese algo intangible que porta todo símbolo artístico.




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